Post pillado de Gourmet de provincia. Sin duda, un blog muy interesante.
En general, nada nuevo. Pero, nunca esta de más recodarlo.
Todas las imágenes tiene una forma y un fondo, por decirlo de algún modo, son objetos y encierran conceptos, por retomar la terminología de Simón Marchán, catedrático de estética que ha estudiado como nadie esa relación. Eso no es nada nuevo. Desde que el arte es arte el objeto (la forma) se ha concebido no solo por placer estético sino, principalmente, para hacernos llegar un concepto, para hacernos partícipes de una idea, aleccionarnos o simplemente entretenernos.
A partir de ahí, el arte tradicional ha ido desarrollando su parte objetual, su forma, sin que esto supusiese que se abandonaba la parte conceptual, pero si que se fue buscando un perfeccionamiento en el tratamiento de la forma. Las ideas seguían ahí, pero se exploraban nuevas técnicas, nuevos materiales, nuevas concepciones que permitiesen representaciones formales más preciosistas.
A finales del S.XIX algo empieza a cambiar. De pronto ya no es solo la representación más perfecta de la forma lo que cuenta sino que empieza a aparecer un interés por captar otros elementos no puramente formales. Es entonces cuando empieza a estudiarse no solo lo que se ve sino cómo se ve (impresionismo), como esa imagen se desarrolla en el tiempo y en el espacio o como el estado de ánimo o los condicionantes del espectador o el artista alteran esa percepción (vanguardias). De algún modo se está empezando a abandonar el objeto puro y duro como portador de un concepto para ir más allá. Y de algún modo también, se están avanzando lineas que se desarrollarán en el futuro, haciendo que algunos de esos condicionantes de la forma lo sean también de su contenido o puedan llegar a convertirse en contenidos en si mismos.
Es así como, poco a poco y hasta mediados del S.XX, se va generando una autonomía entre objeto y concepto, entre forma y fondo. Ya no importa tanto el soporte, el cómo se expresa una idea, como la idea en si misma. El arte pasa a estar más en el concepto que en el objeto, por lo que muchas de las antiguas concepciones estéticas dejan de tener validez. Es el momento en el que nuevos materiales (pobres, efímeros, reciclados) entran en juego porque el arte ya no busca necesariamente un soporte bello y virtuosamente labrado sino portar un concepto e, incluso, valerse de materiales tradicionalmente no artísticos para intervenir en la realidad y modificarla.
Podríamos decir que el peso pasa del objeto al concepto. En la eterna discusión de si la cocina es arte o no nos encontramos, en este sentido, con un condicionante nada desdeñable: la cocina es por supuesto sensaciones, evocaciones y si se quiere, incluso, juego, intercambio con el consumidor o hasta portador de conceptos pero es, básicamente, objetual. La cocina está indisolublemente anclada a la materia. Lo contrario nos llevaría a aquella pregunta, que en su momento me pareció absurda pero que en este contexto tal vez tenga validez, que un periodista danés le hizo a Ferrán Adriá en el Forum de Santiago ¿Serán posibles en el futuro restaurantes que no sirvan platos o a los que, incluso, no tengamos que asistir físicamente? . Eso supondría la ruptura absoluta con el soporte, lo que podríamos llamar una cocina conceptual pura. Pero me cuesta creer que eso sea posible.
Es cierto que la cocina ha dado paso a nuevos materiales, a nuevas perspectivas, a nuevas maneras de relación con el comensal, a una mayor implicación sensorial (y no simplemente gustativa). De algún modo se ha convertido en una experiencia global en la que el disfrute sensorial, pero también el ambiente, los detalles accesorios o incluso en ocasiones un cierto juego intelectual tienen un papel. Pero sigue habiendo un anclaje último a la material. Al final todo eso tiene que materializarse, de una forma u otra, de un modo más o menos técnico, alterando los productos más o menos en un plato. Y eso hay que ingerirlo. És verdad también que la cocina en los últimos tiempos ha venido coqueteando con el arte. O más bien con la estética. Y me parece perfecto, pero que eso no nos lleve a confusión. Los guiños de Dacosta a Rothko o aquellos otros de Adriá a Gaudí son una alusión estética, como lo son los paisajes en el plato que puedel llevarnos desde el paisajismo decimonónico a la acuarela japonesa o el arte kitsch postmoderno; tal vez algunos platos de Adriá o Blumenthal pueda equipararse a algunos modos de actuar del Pop Art en sus guiños a la cultura de masas; puede, incluso, que las propuestas más radicales de "trash-cooking" (mira que me gustan poco estos términos) tengan ciertos paralelos en el arte povera. Pero hablamos de paralelismos estéticos.
Por otro lado, también hay que asumir que muchos cocineros han intentado dotar a sus platos de una cierta carga conceptual, desde aquella más leve que reivindica una relación con el territorio y su tradición a la que, de un modo conscientemente postmoderno busca la provocación, el juego, la risa o incluso el rechazo por parte del espectador. Pero nunca se ha roto la vinculación con el objeto, sigue siendo éste el que manda.
La relación entre cocina y arte es compleja porque en ambos casos existe un trabajo que podríamos denominar de artesano y en ambos existen implicaciones estéticas. Pero hay también profundísimas diferencias que creo que difícilmente podrán salvarse. ¿La cocina es arte? Vuelvo a lo de siempre: para mi, la cocina es cocina.
sábado, 15 de agosto de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario